Sandy era nuestro gato, tenía 14 años. Era cariñoso, tranquilo y parecía lleno de vida y de pronto el martes se puso enfermo. Lo llevamos a la clínica donde nos dijeron que estaba muy grave por una obstrucción de las vías urinarias. Ya le había pasado otra vez, hace 6 años y había conseguido recuperarse y desde entonces, llevaba una dieta especial para evitar recaídas. Pero no bastó y se puso mal de nuevo, muy mal.
El jueves parecía que se iba a recuperar, estaba contento, ronroneando y queriendo saltar para volver a casa... Pero ya nunca volvió a su casa.
Ayer se puso muy malito de nuevo y hoy nos dijeron que tenía una fisura en la vejiga y que lo único que podía intentarse era un complicada operación sin demasiadas posibilidades de éxito.
Y pensamos que ya bastaba de sufrir, que se merecía morir dignamente, como sólo los animales y algunos humanos, saben hacerlo y así, según estaba dormidito por la anestesia que le habían puesto para hacerle una prueba, lo inyectaron para que ya no despertase más.
Lo acariciamos hasta que dejó de respirar y aún un rato después y nos despedimos de él con un beso. Donde quiera que esté, porque yo sé que los animales tienen alma, estará contento porque ya no sufre, porque está tranquilo, porque podrá correr y saltar con otros gatitos como él y porque Dios lo va a cuidar como ha hecho siempre, pero ahora de más cerca.
Sé que hicimos lo mejor, pero como duele... No consigo hacerme a la idea de que ya no lo voy a ver más, de que ya no escucharé sus maullidos por la mañana cuando llegue a la cocina, de que nunca más buscará con su cabecita mi mano para que lo acaricie, de que nunca más sus ojitos azules me van a mirar.
Nunca te vamos a olvidar, mi niño, ocupas por siempre un lugar en nuestros corazones y siempre te querremos.
Perdóname si alguna vez no fuí paciente contigo, tu sabes que aún así, te quería mucho, te quiero mucho. Te quise desde que llegaste a casa, con apenas 2 meses y un collarcito de bolas plateadas que te hacía parecer un peluchín. El tiempo pasa tan rápido, Sandy, parece que fue ayer...
Hoy, permítenos llorar y estar tristes, aunque tu estés feliz, sólo por hoy permítenos ser débiles y no entender del todo por qué tuviste que irte a un sitio mejor.
¿En qué estrella estás, pequeñín? Dímelo para mirarla por la noche y dedicarte una sonrisa.