Cuando despresó a su cerdo, como un artista moderno, en un montón de pedazos desconectados, con la perfección y la alegría que ponen los paranoicos en sus trabajos, y repartió los trozos sobre los poyos de la cocina y las mesas preparadas, y colgó como banderas las tripas en los alambres de su patio, empecé a sentir este miedo de mi vecino.
Me produce este espanto la amabilidad que a veces derrocha al saludarme.Me apresuro a extenderle mi mano, adulón, para estar seguro de que no trae en la suya el artero cuchillo que le sirvió para perforar el pobre marrano. Y le sonrío. Para mostrarle los dientes. Y que entienda que yo también tengo con qué defenderme. No por expresarle la buena voluntad que ya no me inspira.
Algo se quebró entre nosotros desde que lo vi apuñalar sin asco al mismo que había alimentado con esmero, con lo mejor de su basura de tubérculos y tusas de mazorcas. Para el que construyó el corral agradable donde no golpeaba el viento, con un chorro de agua fresca en cuya instalación ayudó a su jardinero con sus propias manos. Jamás olvidaré los gritos de la criatura áspera, cuya sonrisa cambió mi vecino por el rictus de la impotencia de una víctima de una traición inesperada. Y le encimó una cómica manzana entre los dientes, para completar la impiedad y la burla. Ya no voy a olvidar el gesto de decepción en la trompa del inocente cochino, dorado por las artes de culinario del suegro de mi vecino, de poco fiar también. Cómo pataleaba contra el cielo el pesado cuadrúpedo. Cómo berreaba por la clemencia de un día mientras mi vecino escarbaba en su corazón engordado adrede. Un chorro de sangre negra y caliente saltó de la herida bajo la punta de su cuchillo de acero perfeccionado en el esmeril como un poema de Petrarca.
Jamás sospeché que mi vecino poseyera esas aptitudes para matar como un experto. No puedo marchar a los tambores de mi vecino fabricados con las vejigas templadas de sus amistades. Nadie puede guardar nada honorable en una bolsa hecha con el pellejo de un amigo. Cómo entenderse con alguien que muestra con orgullo una fotografía tomada en el chiquero, un minuto antes de poner bocarriba a su huésped en el altar de piedras de su finca sembrada de durazneros y rosales. Me hacen falta para ser feliz los gruñidos de bajo de la trompa rastrera, la meditación de su música, la seriedad del cerdo mientras reburujaba como un filósofo bajo las apariencias. Su manera ejemplar de comer con la resignación, el agradecimiento y la honradez de uno para nada más nacido, sin otras ilusiones que gozar de su pantano. Pesa la ausencia de su beso en el suelo húmedo como si hozara en un cielo de estrellas descompuestas. Lo entristece todo el recuerdo de la mirada de sus ojos grises, llena de preguntas sepultadas en densas capas de empellas, capones y papadas.
Hay un aire trágico en el chiquero. Un fantasma golpea la puerta oxidada. El cielo reclama la sangre sacrificial. Mi vecino se negó a pagar el tributo debido a la naturaleza que sustentó sus jamones y la guardó en vasijas el avaro, para embutir morcillas con el mismo arroz que hizo parte del rito de su boda. El silencio de cargos chorrea sobre mi vecino, bellaco empedernido, capaz de regalar su gula de cumpleaños con las lonjas de un prójimo. Y sigue tan campante. Ya sé lo que significa traicionar. Mejor que cuando leí Macbeth. Mi vecino no es el mismo para mí. Hasta su sombra ha cambiado después de matar al que cuidaba, por el que se preocupó con sinceridad evidente. He dejado de creer del todo en sus palabras de afecto.
Cómo estás, me pregunta. Y me echo a temblar de miedo de ser encontrado a punto para el juicio ridículo y el grave holocausto. No puedo poner una cruz en un chiquero ajeno. Entonces, celebro con este epitafio la memoria del justo, el recuerdo del que mimaron como a un hijo, sabiendo para qué lo querían, que estaba invitado a una fiesta desdichada, que tenía los días contados. Y que no mereció siquiera la gracia de una fosa decente. Porque lo sembraron en las fetideces del vientre apestoso, lleno de pliegues de dobles intenciones, de mi vecino, su rubia, robusta y ruidosa mujer, y su melindroso suegro y sus hijos. Y lo privaron del privilegio de reposar en el seno de la tierra y descomponerse en paz.Pues después de ser repartido como una túnica y devorarlo a dos carrillos, lo bautizaron con ron póstumo y con galones de cerveza. Y quién descansa cuando su tumba canta, repite sandeces como una loca, cuenta chistes obscenos entre hipos y eructos, golpea el mundo como una piedra y rueda por el piso sin nobleza. Era como si buscaran, los corrompidos, aturdir en alcohol el remordimiento, el sentimiento de la negra ingratitud. Tengo suficientes motivos para recelar de mi vecino. Para escurrirle el bulto a sus halagos. Si no fue fiel con el que trajo a su granja de brazos, cuando era un bebé de pelambre rojiza y ralas pestañas de puntas cenicientas y además le costó dinero, no tiene por qué ser diáfano conmigo cuando me agasaja. También acariciaba el lomo del otro con generosidad. Ya sé que sus ternuras pueden pervertirse sin aviso.
Si toca, díganle que no estoy. Esperaré debajo de esta cama hasta que se vaya.
Ayer me dijo con aire indescifrable:-Te ves saludable estos días.
Y agregó, cantarino:-Veo que estás aumentando de peso.
Y temo que venga de un momento a otro con su cuchillo.
Texto de: Eduardo Escobar (poeta colombiano)
Este texto estaba en este foro http://www.forovegetariano.org/foro/showthread.php?t=2077 y me pareció tan acertado, que quise reproducirlo aqui.
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